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《一千零一夜》连载九
作者:未知  文章来源:互联网  点击数  更新时间:2007-09-10 14:38:14  文章录入:admin  责任编辑:admin

 

PERO CUANDO LLEGÓ LA 21a. NOCHE

Ella dijo:

He llegado a saber, ¡oh rey afor­tunado! que el efrit terminó su relato eón estas palabras: “Y no esperan otra cosa sino que el jorobado salga del hammám.” Y la efrita repuso: “Se me figura; ¡oh compañero! que te equivocas al afirmar que Seth El­-Hosn es más hermosa que ese joven. No es posible. Es indudablemente el más hermoso de s, tiempo.” Pero el efrit respondió: “¡Por Alah, her­mana: mía! te aseguro que aquella joven es más bella todavía. No tienes más que venir conmigo; para que a su vista te convenzas. Bien fácil-te ha de ser esto. Además, podríamos aprovechar la ocasión para burlar al maldito jorobado aquella maravi­lla hecha carne. Porque los dos jóve­nes son dignos el uno del otro, y tanto se parecen, que diríase que son hermanos, o primos por lo me­nos. Y me parece que haríamos una acción digna de nosotros, si opo­niéndonos a la injusticia del sultán, pudiéramos substituir este joven en lugar del jorobado.

Entonces contestó la efrita: “Ra­zón tienes, hermano mío. Llevemos en brazos a ese mancebo dormido y juntémoslo con la joven de quien hablas. Así haremos una buena obra, y veremos además cuál es más her­moso de los dos.” y el efrit dijo: “¡Escucho y obedezco! Tus palabras están llenas de rectitud y de justicia. ¡Vamos, pues!” Y entonces el efrit se echó a cuestas al joven y comenzó a volar, seguido de cerca por la efrita, que le ayudaba para llegar antes, y ambos, de este modo, lle­garon cargados al Cairo con toda rapidez. Y allí soltaran al hermoso Hassán, dejándole dormido sobre el banco de una calle próxima al pala­cio, que rebosaba de gente. Y enton­ces le despertaron.

Hassán se desperto, y quedó en la más extrema perplejidad al no verse en Bassra, en el tourbeh de su padre: Y miró a la derecha. Y miró a la izquierda. Y no conocía nada de aquello. Pues aquello era una ciudad, pero una ciudad muy distinta a la de Bassra. Tan sorprendido quedó, que abrió la boca para gritar; pero en seguida vio delante de sí a un hombre gigantesco y barbudo, que le guiño el ojo para indicarle que no gritase. Y Hassán se contuvo. Y aquel hombre, que era el efrit, le presento una vela encendida, y le mandó que se uniera a las muchas personas que llevaban velas encen­didas para acompañar a la boda, y le dijo: “¡Sabe que soy un efrit, pero creyente! Te transporté aquí durante tu sueño. Esta ciudad es El Cairo. Te he traído porque te quiero y deseo favorecerte sin ningún inte­rés, sólo por amor a Alah y por tu hermosura. Toma esta vela encen­dida, intérnate entre la muchedum­bre y marcha con ella hasta ese hammam que allí ves. De él ha de salir una especie de jorobado a quien llevarán triunfalmente. ¡Síguele! Ve siempre a su lado, pues es el novio. Entrarás en el palacio con él, y al llegar a la gran sala de recepciones te colocarás a su derecha, como si fueses de la casa. Y cada vez que veas llegar ante vosotros un músico, una danzarina o una cantora, métete la mano en el bolsillo, que ya cuidaré yo de que esté siempre lleno de oro, y cógelo a puñados sin vacila­ción alguna y arrójaselo a todos. Y no temas que se te acabe, que eso es cuenta mía. Obsequia, pues, con puñados de oro a cuantos se te acer­quen. Aventúrate y no te detengas ante nada. Confía en Alah que te creó tan hermoso y en mí que te esti­mo. Además, todo lo que te suceda, te sucederá por la voluntad y el poder del Altísimo.” Y dichas estas palabras, el efrit desapareció.

Entonces Hassán Badreddin de Bassra dijo para sí: “¿Qué querrá decir todo esto? ¿De qué favores me ha hablado este asombroso efrit?” Pero sin perder más tiempo en estas preguntas, echó a andar, encendió su vela en la de un invitado, y llegó al hammam cuando el jorobado ha­bía acabado de bañarse y salía a caballo con un traje magnífico.

Hassán Badreddin se internó en­tonces entre la muchedumbre, dan­dose tanta maña, que llegó a la cabeza de la comitiva, junto al joro­bado. Y entonces brilló en todo su esplendor la maravillosa hermosura de Hassán. Iba vestido con el más suntuoso de sus trajes de Bassra, llevaba un manto de seda tejido con hilo de oro, y en la cabeza un birrete rodeado de un magnífico turbante bordado en oro y plata, puesto a la usanza de Bassra. Y todo ello real­zaba su apuesto continente y su hermosura.

Durante la marcha del cortejo, cada vez que una cantora o una danzarina se separaba del grupo de los músicos y se acercaba a él para llegar frente al jorobado, Hassán Badreddin se echaba mano al bolsillo, y sacándola llena de oro, lo derra­maba a puñados a su alrededor, y echaba más en la pandereta de la danzarina o de la cantora, llenándola de oro, con ademanes de sin igual donosura.

Y por eso todas estas mujeres, lo mismo que la muchedumbre, queda­ron asombradas de aquella esplen­didez, admirando la belleza y los encantos de Hassán.

La comitiva acabó por llegar al palacio. Entonces los chambelanes detuvieron a la multitud, y sólo deja­ron entrar detrás del jorobado a los músicos, las danzarinas y las cantoras.

Pero las cantoras y las danzarinas interpelaron unánimente a los chambelanes, y les dijeron: “¡Por Alah! Hacéis bien en impedir a esos hombres que entren con nosotras en el harén para presenciar cómo se viste la novia. Pero por nuestra parte, nos negaremos a entrar si no nos acompaña este joven que nos ha colmado de beneficios. Y no hemos de festejar a la novia como no sea en presencia de este joven, amigo nuestro.”

Entonces las mujeres se apodera­ron a la fuerza del joven Hassán y lo llevaron con ellas al harén, en medio de la gran sala de fiestas.. Y fue el único hombre que estuvo en el harén a despecho de la nariz del jorobado, que no pudo impedirlo. Allí se hallaban reunidas todas las damas de palacio, las esposas de los emires, visires y chambelanes. Y se alineaban en dos filas, soste­niendo cada una en la mano un gran cirio; y todas tenían la cara cubierta con el velillo, de seda blanca, a causa de la presencia de aquellos dos hombres., Y Hassán y el joro­bado pasaron por entre las dos hile­ras y fueron a sentarse en una tari­ma alta, teniendo que atravesar las dos filas de mujeres, que se prolon­gaban desde la sala de festejos hasta la cámara nupcial, de donde había de salir la novia para la boda.

Al ver a Hassán Badreddin y ad­vertir su hermosura, sus encantos Y su rostro luminoso cual la luna cre­ciente, las mujeres se emocionaron hasta casi quedarse sin aliento y perder la razón. Y ardía cada cual en deseos de abrazar a aquel joven maravilloso, y traerte a su regazo, permaneciendo unidos un año, o un mes, o siquiera una hora.

Y en un momento dado, todas estas mujeres, no pudiendo resistir por más tiempo, se descubrieron el rostro, levantando el velillo. ¡Y se mostraron sin pudor, olvidando la presencia del jorobado! Y todas se acercaron a Hassán Badreddin para admirarle más de cerca y decirle palabras de amor, o siquiera guiñarle un ojo para que pudiese comprender cuánto le deseaban. Y además las danzarinas y las cantoras ponderaban la generosidad de Hassán, alentan­do a las damas a que le sirviesen lo mejor posible. Y las damas decían: “¡Por Alah! ¡He aquí un hermoso joven! ¡Este sí que puede dormir con Sett El-Hosn! ¡Nacieron el uno para el otro! ¡Confunda, pues, Alah a ese maldito jorobado!”

Y mientras las damas seguían ala­bando a Hassán y lanzando impre­caciones contra el jorobado, las tañe­doras de instrumentos rompieron a tocar, se abrió la puerta de la cámara nupcial y la novia Sett El-Hosn entró en la sala de festejos rodeada de eunucos y doncellas.

Sett El-Hosn, hija del visir Cham­seddin, apareció en medio de su servidumbre, y brillaba como una hurí. Las otras, comparadas con ella, no eran más que unos astros que formaran su cortejo, como las estre­llas que rodean a la luna al salir de una nube. Se había perfumado con ámbar, almizcle y rosa, y su peinada cabellera brillaba bajo la, seda que la cubría. Sus hombros admirables marcábanse a trayés de su traje­ suntuoso. Iba de un mdo regio: entre otras galas, llevaba un vestido bordado de oro rojo, con dibujos de pájaros y flores. Y esto era el traje exterior, pues los interiores sólo Alah sería- capaz de conocerlos y estimarlos en su verdadero mérito. En la garganta lucía un collar que suponía incalculables millares de di­narés. Y cada una de sus piedras era de tal valor, que ningún mortal, ni el rey en persona, las había visto iguales.

En una palabra, Sett El-Hosn apa­recía tan hermosa como la luna llena en la decimacuarta noche.

Y Hassán Badreddin seguía sen­tado entre el grupo de damas, causan­do la admiración de todas. Y la novia avanzó con un gracioso movimiento, dirigiéndose hacia el estrado. Enton­ces el jorobado se levantó y quiso besarla. Pero ella, horrorizada, lo rechazó y fue a colocarse rápida­mente al lado del hermoso Hassán. ¡Y pensar que era su primo, y ella no lo sabía, lo misma que él!

Y todas las damas se echaron a reír, principalmente cuando la novia se detuvo ante el hermoso Hassán, por el cual se sintió al instante abra­sada en deseos, y exclamó, levan­tando al cielo las manos: “¡Alahum­ma! ¡Haz que este hermoso joven sea mi marido, y líbrame de ese pala­frenero jorobado!”

Entonces, Hassán Badreddin, si­guiendo las instrucciones del efrit, metió la mano en su bolsillo y la sacó llena de oro, echándoselo a puñados a las servidoras de Sett El­-Hosn y a las cantoras y danzarinas, que exclamaron: “¡Ojalá poseas a la novia!” Y Badreddin correspondió con una gentil sonrisa a este deseo y a las felicitaciones.

Y el jorobado se veía, durante esta escena, abandonado de todos; y ha­llábase solo, más feo que un mico. Y todas las personas que por casua­lidad se le acercaban, a pasar junto a él apagaban la vela en señal de burla. Y así permaneció algún tiem­po, aburriéndose y poniéndose cada, vez de peor humor.

La novia dio la vuelta al salón siete veces consecutivas, vestida cada una de diferente modo, y seguida por todas las damas, y se paraba a cada vuelta delante de Hassán Ba­dreddin El-Bassrauí. Y cada traje nuevo era mucha más hermoso que el anterior, y cada aderezo infinita­mente superior a los otros aderezos. Y mientras avanzaba lentamente la novia, las tañedoras hacían maravi­llas y las cantoras decían las cancio­nes más apasionadamente amorosas y excitantes, y las danzarinas, acom­pañándose con las panderetas, salta­ban como pájaros. Y Hassán Badred­din El-Bassrauí no dejaba de lanzar puñados de oro, esparciéndolo por todo el salón, y las mujeres se preci­pitaban a recogerlo para tocar algo que hubiera pasado por la mano del joven. Y el jorobado presenciaba to­do esto muy desolado. Y su desola­ción aumentaba cada vez que veía a una de las mujeres volverse hacia Hassán. Y todo el mundo reía. Terminada la séptima vuelta, se acabó la boda, que había durado gran parte de la noche. Y las tañedo­ras dejaron de pulsar los instrumen­tos, las danzarinas y las cantoras se detuvieron, pasando con todas las damas por delante de Hassán, besán­dole la mano o tocándole la orla del traje. Y todo el mundo le miraba al salir, haciéndole entender que no se moviera de aquel sitio. Y en efecto, sólo quedaran en el salón el joven Hassán, el jorobado y la novia con su servidumbre. Entonces las doncellas se levaron a Sett El-Hosn a la estancia destinada a desnu­darse, quitáronla uno por uno los vestidos, diciendo al caer cada pren­da: “¡En nombre de-Alah!” para librarla del mal de ojo. Y después se fueron, dejándola sola con su vieja nodriza, que antes de conducirla a la cámara nupcial tenía que aguar­dar que entrase primero el novio jorobado.

Y el jorobado se levantó entonces de la tarima, y advirtiendo que Has­san no se movía de su asiento, le dijo secamente: “En verdad, señor, que nos honraste mucho con tu pre­sencia, colmándonos de beneficios esta noche. Pero ahora, para salir, no esperarás que te echen.” Enton­ces, el joven, que ignoraba lo que tenia que hacer, contestó; “¡En nom­bre de Alah!”.Y levantándose salió. Pero apenas había franqueado los umbrales de la sala, se le, apareció el efrit y le dijo: “`¿Adónde vas Badreddin? Detente y oye mis ins­trucciones. El jorobado acaba de marchar al retrete. Allí se las enten­derá conmigo. Tú encamínate a la cámara nupcial, y cuando veas entrar a la novia, le dices: “Tu verdadero marido soy yo. El sultán, de acuerdo con tu padre, ha empleado esta estratagema por temor al mal de ojo. Y en cuanto al palafrenero, que es el más miserable de los palafre­neros para indemnizarle le están preparando en la caballeriza un buen jarro de leche cuajada para que re­fresque a tu salud.” Luego te acer­caras a ella, y quitándole el velo harás con su persona lo que debes hacer:” Y dicho esto, desapareció el efrit.

El jorobado había ido, efectiva­mente, al retrete para descargarse antes de entrar en la cámara de la novia. Y poniéndose de cuclillas sobre, el mármol, comenzó su obra. Pero súbitamente el efrit tomó la forma de una rata y salió del agujero del retrete, dando gritos de rata: “¡Sik! ¡sik!” Y el jorobado dio una palmada para que huyese, y le chilló: “¡Hesch! ¡hesch!” Pero la rata em­pezó a crecer y se convirtió en un enorme gato de ojos feroces y brillan­tes, que rompió a maullar muy enfurecido. Después, como el joro­bado prosiguiese en su operación, el gato fue creciendo, y se convirtió en un perro enorme, que se puso a ladrar “¡Guau! ¡guau!” Entonces el jorobado comenzó a asustarse, y le dijo: “¡Marcha de ahí, monstruo!” Pero el perro, creciendo siempre, se convirtió en un borrico, que se puso a rebuznar en la misma cara del jorobado con un estrépito terrible. Y el jorobado, lleno de terror, sin­tió que todo su vientre se des­hacía en diarrea, y apenas, si pudo gritar: “¡Socorro! ¡socorro!” Y en seguida el borrico creció aún más y se transformó en un búfalo mons­truoso, que obstruyó por comple­to la puerta del retrete para que no se le escapase, y el búfalo, esta vez habló con voz de hombre, y dijo: “¡Caiga la desgracia sobre ti, jorobeta! ¡Eres el palafrenero más inmundo!” Al oír estas palabras, sintió el jorobado que le invadía el frío de la muerte, y resbaló a medio vestir hasta el pavimento, y las mandíbulas se le entrecho­caron, acabando el espanto por soldárselas. Entonces el búfalo gritó: ¡Jorobado de betún! ¿No has podido buscar otra mujer más que a mi querida?” Y el palafrenero, lleno de terror, no pudo articular palabra. Y el efrit le dijo: “¡Responde, o te haré morder tus excrementos!” En­tonces, el jorobado, todo tembloroso por esta terrible amenaza, pudo de­cir “¡Por Alah! ¡Yo no tengo la culpa, pues sabe que me han obliga­do! Y además, ¡oh poderoso soberano de los búfalos! yo no iba a adivinar que la joven tuviese un búfalo por amante. Pero juro que me arrepiento y que pido perdón a Alah y a ti.” Entonces el efrit le dijo: “Vas a jurar por Alah que obedecerás mis órdenes.” Y el jorobado se apresuró a jurar, y el efrit le dijo: “Pasarás aquí la noche, hasta que salga el sol, y no te marcharás hasta esa hora. Pero sobre todo, no digas una pala­bra de esto, si no quieres que te rompa la cabeza en mil pedazos. Y no vuelvas a poner los pies en esta parte del palacio, ni a acercarte al harén, porque te repito que he de aplastarte la cabeza y hundirte en el pozo negro:” Y luego añadió: “Aho­ra voy a ponerte en una postura, y no te moverás hasta el amanecer:” Entonces el búfalo agarró con los dientes al palafrenero y lo metió de cabeza en el agujero del retrete, sin dejarle fuera más que los pies. Y le repitió: “¡Mucho cuidado con hacer ni un movimiento!” Y des­apareció en seguida.

Y esto es todo lo que le acaeció al jorobado.

Por su parte, Hassán Badreddin El-Bassrauí, dejando que se las enten­diesen el efrit y el jorobado, atravesó los aposentos particulares y entró en la cámara nupcial, yendo a sentarse en el testero. Y apenas había lle­gado, apareció la recién casada apo­yada en su nodriza, que, se detuvo a la puerta, dejando entrar sólo a Sett El-Hosn: Y sin ver bien al que estaba en el testero, y creyendo ha­blar con el jorobado, le dijo la vieja: ¡Levántate, héroe valiente, coge a tu esposa y pórtate de una manera brillante! ¡Y ahora, hijos míos, Alah sea con vosotros!” Y la vieja se retiró.

Entonces entró muy desesperada Sett El-Hosn, y se decía: “¡Es pre­ferible la muerte, antes que este joro­bado inmundo!” Pero apenas hubo reconocido al maravilloso Badreddin dio un grito de felicidad, y dijo: ¡Oh querido mío! ¡Qué amable fuís­te aguardándome tanto tiempo! Pero ¿estas solo? ¡Oh, qué dicha tan grande! Te confieso que al verte en la sala junto a ese odiosa jorobado, creí que os habíais asociado los dos para poseerme:” Badreddin contes­tó: “¡Oh mi señora! ¡qué pensaste!, ¿Es posible qué te toque ese maldito jorobado? Y ¿cómo íbamos a aso­ciarnos: para tal cosa?” Entonces Sett El-Hosn, preguntó: “Pero en fin, ¿quién de los dos es mi marido: él o tú?” Y Badreddin repuso: “¡Soy yo, querida mía. Se ha inventado esta farsa del jorobado para hacer­nos reír, y también para librarnos del mal de ojo; pues todas las damas han oído hablar de tu hermosura sin igual, y tu padre alquiló a ese pala­frenero, para que conjurase el mal de ojo, gratificándole con diez dina­res. Y ahora está en la caballeriza a punto de tragarse a nuestra salud un jarro de leche fresca bien coa­jada.”

Al oír a Badreddin, Sett El-Hosn llegó al colmo de la alegría, y sonrió gentilmente y rompió a reír más gen­tilmente aún. Y luego, sin poder con­tenerse más, exclamó; “'¡Por Alah, querido mío! No esperaba yo una sorpresa tan agradable, y ya me creía condenada a ser infeliz por todos los días de mi vida; pero mi ventura es tanto mayor por cuanto que voy a poseer un hombre digno de mi ter­nura.”

Y desde aquel instante, sin género de duda, quedó preñada Sett El-­Hosn, segun verás en lo que sigue, ¡oh Emir de los Creyentes!

Y Badreddin se tendió al lado de Sett El-Hosn, pasándole con suavi­dad la mano por debajo de la cabeza, y ella le rodeó también con su brazo, enlazándose ambos estrechamente, y antes de dormirse se recitaron estas estrofas admirables:

¡No temas nada! ¡Y no hagas caso de los consejos del envidioso, pues no será el envidioso quien sirva a tus amores!

¡Cuando el mundo ve a dos corazo­nes unidos por ardiente pasión, trata de herirlos con el acero frío!

¡Pero tú no hagas caso! ¡Cuando el Destino pone una beldad a tu paso, es para que la ames y para que con ella únicamente vivas!

Y esto es acodo lo que acaeció a Hassán Badreddin y a Sett El-Hosn, la hija de su tío.

El efrit, por su parte, se apresuró a ir en busca de, su compañera la efrita, y uno y otro admiraron a los dos jóvenes dormidos. Luego el efrit dijo a la efrita: “Habrás visto, her­mana, que tenía yo razón. Ahora debes cargar con el joven y llevarlo al mismo sitio de adonde lo cogí, al cementerio de Bassra, en la tourbeh de su padre Nureddin. Y hazlo pronto, que yo te ayudaré, pues ya apunta el día y no es posible que dejemos así las cosas.” Entonces la efrita levantó al joven Hassán dor­mido, se lo echó a cuestas, sin más ropa que la camisa, y voló con él, seguida de cerca por el efrit. De im­proviso, durante la carrera por el aire, al efrit le asaltaron deseos res­pecto a la efrita, yendo cargada con el hermoso Hassán. Y la efrita no se hubiese opuesto en otra ocasión; pero ahora temía por el joven. Además intervino, afortunadamente, Alah, en­viando contra él efrit a unos ángeles, que le echaron encima una columna de fuego y lo abrasaron. Y la efrita y Hassán se vieron libres del terrible efrit, que acaso los hubiese desplo­mado desde aquella altura. Entonces la efrita descendió al suelo, hacia el mismo sitio donde había caído el efrit.

Pero había escrito el Destino que el lugar donde la efrita depositara a Hassán Badreddin (por no atreverse a transportarlo ella sola más lejos) estaría muy próximo a la ciudad de Damasco, en el país de Seham. Y entonces la efrita llevó a Hassán muy cerca de una de las puertas de la ciudad, lo dejó suavemente en tierra y echó a volar otra vez. Cuando llegó la aurora, abriéron se las puertas de la ciudad, y los que salieron de ella se asombraron ante aquel maravilloso joven dormi­do, sin más ropa que la camisa y con un gorro de dormir en la cabeza en vez de turbante. Y se decían unos a otros: “¡Es asombroso! ¡Mu­cho habrá tenido que velar para estar ahora dormido tan profunda­mentel” Y otros dijeron: “¡Alah, Alah! ¡Hermoso joven! Pero ¿por qué estará casi desnudo?” Otros con­testaron: “Probablemente, este po­bre joven habrá pasado en la taber­na más tiempo del preciso, y habrá bebido más de lo que pueda resistir. Y al regresar de noche, habrá en­contrado cerradas las puertas, deci­diéndose a dormir en el suelo.”

Pero mientras conversaban de este modo, se levantó la brisa matinal, y acariciando al hermoso joven, le alzó la camisa.

Despertó entonces, Badreddin, y hallándose tumbado cerca de aquella puerta desconocida y rodeado por tantas personas, se sorprendió mucho, y exclamó: “¿Dónde estoy, buena gente? Os ruego que lo digáis. ¿Y por qué me rodeáis así? ¿Qué es lo, que ocurre?” Y le contestaron: “Nos hemos detenido por el gusto de verte. Pero ¿no sabes que te hallas a las puertas de Damasco? ¿En dónde has pasado la noche?” Y Hassán replico: “¡Por Alah, buena gente! ¿qué me decís? He pasado la noche en El Cairo, ¿y me decís que estoy en Damasco?” Entonces se echaron a reír todos, y uno de ellos dijo: “¡Ah gran tragador de has­chich!” Y dijeron otros: “Está loco, sin remedio. ¡Lástima que esté de­mente un joven tan hermoso!” Y otros añadieron: “Pero, en fin, ¿qué historia es esa con que has querido engañarnos?” Entonces Hassán Badreddin contestó: “¡Por Alah! ¡bue­na gente, yo no miento nunca! Os afirmo y repito que esta noche la he pasado en El Cairo, y la anterior en mi pueblo, que es Bassra.” Al oirle, uno gritó: “¡Qué cosa más sorprendentel” Otro dijo: “¡Está loco,” Y algunos se desternillaban de risa, dando palmadas. Y otros dijeron: “¿No es una verdadera lás­tima que un joven tan admirable haya perdido la razón? ¡Qué loco tan singular!” Y otro, más prudente, le dijo: “Hijo mío, vuelve en ti y no digas semejantes extravagancias.” Entonces Hassán contestó: “Sé muy bien lo que digo. Además, habéis de saber que anoche, en El Cairo, pasé una noche muy agradable como recién casado.” Entonces todos se convencieron de su locura. Y uno de ellos exclamó riéndose: “Ya veis que este pobre joven se ha casado en sueños ¿Y qué tal es ese matri­monio? ¿Era una hurí?” Pero Badreddin empezaba a enfadarse, y les dijo: “Pues al que era una hurí, y he ocu­pado el lugar de un asqueroso joro­bado, y me he puesto su gorro de dormir, que es éste.” Y luego recapa­citó un momento, y dijo: “Pero ¡por Alah! buena gente, ¿en dónde está mi turbante, y mis calzoncillos, y mi ropón, y mis calzones? Y sobre todo, ¿en dónde está mi bolsillo?”

Y Hassán se levantó y buscó su traje a su alrededor. Y entonces todos empezaron a guiñarse el ojo y hacer­se señas de que el joven estaba loco de remate.

Entonces el pobre Hassán se deci­dió a entrar en la ciudad tal como estaba, y tuvo que atravesar las calles y los zocos en medio de un gran cortejo de niños y de mayores que gritaban: “¡Es un loco! ¡un loco!” Y el pobre Hassán ya no sabía qué hacer, cuando Alah, temiendo que al hermosa joven le ocurriese algo, le hizo pasar por junto a una pastelería que acababa de abrirse. Y Hassán se refugió en la tienda, y como el pastelero era un hombre de puño, cuyas hazañas eran muy conocidas en la ciudad, la gente tuvo miedo y se retiró, dejando en paz al joven.

Cuando el pastelero, que se llamaba El-Hailj Abdalá, vio al joven Hassán Badreddin y pudo examinarlo a su gusto, le maravilló su hermo­sura, sus encantos y sus dones natu­rales, y rebosante de cariño el cora­zón, le dijo: “¡Oh gentil mancebo! dime de dónde vienes. Nada temas; pero refiéreme tu historia, pues ya te quiero más que a mi misma vida.” Y Hassán contó entonces toda su historia al pastelero Hailj Abdalá, desde el principio hasta el fin.

Y el pastelero, profundamente ma­ravillado, dijo a Hassán: “¡Oh mi joven señor Badreddin! En verdad que esa historia es muy sorprendente y muy extraordinario tu relato. Pero te aconsejo, hijo mío, que a nadie se lo cuentes, pues es peligroso hacer confidencias. Te ofrezco mi tienda, y vivirás conmigo hasta que Alah se digne dar término a las desgracias que te afligen. Además, yo no tengo hijos, y me darás mucho gusto si quieres aceptarme por padre. Yo te adoptaría como hijo.” Y Hassán respondió: “¡Aceptado! ¡sea según tu deseo!”

En seguida fue al zoco el pastelero, y compró trajes magníficos con qué vestir al joven, y lo llevó a casa del kadí, y ante testigos prohijó a Has­san Badreddin.

Y Hassán permaneció en la pas­telería como hijo del amo, y cobraba el dinero de los parroquianos, y les vendía pasteles, tarros de dulce, fuen­tes llenas de crema y toda la confitería famosa de Damasco, y aprendió en seguida el oficio de pastelero, que le gustaba mucho, por las lecciones recibidas de su madre, la mujer del visir Nureddin, que preparaba pas­teles y dulces delante de él cuando era niño.

Y como en toda la ciudad de Damasco fue elogiada la hermosura de Hassán, el gallardo joven de Bassra, hijo adoptivo del pastelero, la tienda de Hailj Abdalá llegó a serla más frecuentada de todas las pastelerías de Damasco.

¡Y esto fue todo lo de Hassán Badreddin!

En cuanto a la recen casada Sett El-Hosn, hija del visir Chamseddin, he aquí lo que hubo de ocurrirle:

Cuando se despertó Sett El-Hosn, la mañana siguiente a la noche de sus bodas, no encontró a su lado al hermoso Hassán; pero figurán­dose que había ido al retrete, le aguardó muy tranquila.

En aquel momento se presentó a saber de ella su padre el visir Cham­seddin. Llegaba muy inquieto. Estaba poseído de indignación por la injus­ticia del sultán obligándole a casar a la hermosa Sett El-Hosn con el palafrenero jorobado. Y al entrar en las habitaciones de su hija, se di­jo: “Como sepa que se ha entregado a ese inmundo jorobado, la mato.”

Golpeó en la puerta de la cámara nupcial y llamó: “¡Seta El-Hosn!” Y desde dentro ella contestó: “¡Ya voy a abrir; padre mío!”- Y levan­tándose en seguida, abrió la puerta. Parecía más hermosa que de costum­bre, y mostraba resplandeciente el rostro y el alma, satisfecha por haber sentido las caricias de aquel her­moso. joven. E inclinándose ante su padre con coquetería, le besó las manos. Pero su padre, al verla tan contenta, en lugar de encontrarla afligida por su unión con el joroba­do, le dijo: “¡Ah, desvergonzada! ¿Cómo te atreves a mostrarte con esa cara de alegría, después de haber dormido con el horrendo jorobeta?” Y Sett El-Hosn, al oírlo, se echó a reír, y exclamó: “Por Alah, padre mío, dejémonos de bromas. Bastante tengo con haber sido la irrisión de todos los invitados, a causa de mi supuesto marido, ese jorobado que no vale ni la recortadura de una uña de mi verdadero esposo de esta noche. ¡Oh qué noche! ¡Cuán llena de delicias junto a mi amado! Basta, pues, de bromas, padre mío. No me hables más del jorobado.” El visir temblaba de coraje escuchando a su hija, y sus ojos estaban azules de furor, y dijo: “¿Qué dices, desdicha­da? ¿No pasaste aquí la noche con el jorobado?” Y ella contestó: “Por Alah sobre ti, ¡oh padre mío! No me hables más del jorobado. ¡Con­fúndalo Alah, a él, a su padre, a su madre y a toda su familia! Sabe de una vez que estoy enterada de la superchería que inventaste para de­fenderme del mal de ojo.” Y dio a su padre todos los pormenores de la boda y de cuanto le había ocurrido aquella noche, añadiendo: “¡Qué bien lo pasé sintiendo en mi regazo a mi adorado esposo, el hermoso joven de exquisitas maneras y esplén­didos y negros ojos y de arqueadas cejas!”

Oído esto, gritó el visir: “Pero hija, ¿estás loca? ¿sabes lo que dices? ¿Dónde se halla el joven a quien llantas tu esposo?” Y Sett El-Hosn, respondió: “Ha ido al retrete.” En­tonces, el visir, muy alarmado, se precipitó afuera de la habitación, y corriendo hacia el retrete, se encon­tró al jorobado que seguía inmóvil, con los pies hacia arriba y la cabeza dentro del agujero. Estupefacto hasta más no poder, exclamó el visir: ¿Qué veo? ¿Eres tú, jorobeta?” Y como no le contestase, repitió esta pregunta en voz más alta. Pero el jorobado tampoco quiso contestar, porque seguía aterrado, creyendo que quien le hablaba era el efrit.

  En este momento de su narración, Schahrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
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