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《一千零一夜》连载二十三         ★★★★
《一千零一夜》连载二十三
作者:未知 文章来源:互联网 点击数: 更新时间:2007-09-10 14:23:57

 

PERO CUANDO LLEGó LA 39a NOCHE

Ella dijo:

He llegado a saber; ¡oh rey afor­tunado! que el eunuco Kafur prosi­guió de este modo el relato de su historia:

“Entonces corrí al jardín, mientras que las mujeres y todos los demás se dirigían a casa del walí para con­tarle lo ocurrido. Y el walí se levan­tó y montó a caballo, llevando con­sigo peones que iban cargados de herramientas, sacos y canastos, y todo el mundo emprendió el camino del jardín siguiendo las indicaciones que yo había suministrado.

Y yo me cubrí de tierra la cabeza, empecé a golpearme la cara y llegué al jardín gritando: “¡Ay mi pobre ama! ¡Ay mis pobres amitas! ¡Ay! ¡Desdichados de todos nosotros!” Y así me presenté entre los comensales. Cuando mi amo me vio de aque­lla manera, cubierta la cabeza de tierra, aporreada la cara y gritan­do: “¡Ay! ¿Quién me recogerá aho­ra?, ¿Qué mujer será tan buena para mí como mi pobre ama?”, cambió de color, le palideció la tez, y me dijo: “¿Qué te pasa, ¡oh Kafur!? ¿Qué ha ocurrido? Dime.” Y yo lecontesté: “¡Oh amo mío! Cuando me mandaste que fuera a casa a pedirle tal cosa a mi ama, llegué y vi que la casa se había derrumbado, sepultando entre los escombros a mi ama y a sus hijas.” Y mi amo gritó entonces: “¿Pero no se ha podido salvar tu ama?” Y yo dije: “Nadie se ha salvado, y la primera en sucumbir ha sido mi po­bre ama.” Y me volvió a preguntar: “¿Pero y la más pequeña de mis hijas tampoco se ha salvado?” Y contesté: “Tampoco.” Y me dijo: ¿Y la mula, la que yo suelo montar, tampoco se ha salvado?” Y dije: “No, ¡oh amo mío! porque las paredes de la casa y las de la cuadra se han derrumbado encima de todo lo que había en la casa, sin excluir a los carneros, los gansos y las gallinas. Todo se ha convertido en una masa informe debajo de las rui­nas. Nada queda ya.” Y volvió a preguntarme: “¿Ni siquiera el mayor de mis hijos?” Y respondí: “¡Ay! ni siquiera ese. No ha quedado nadie con vida. Ya no hay casa ni habi­tantes. Ni siquiera quedan ya rastros de ello. En cuanto a los carneros, los gansos y las gallinas, deben ser en este momento pasto de los perros y los gatos:”

Cuando mi amo oyó estas palabras, la luz se transformó para él en tinieblas; quedó privado de toda voluntad; las piernas no le podían sostener; se le paralizaron los múscu­los y se le encorvó la espalda. Después empezó a desgarrarse la ropa, a mesarse las barbas, a abofe­tearse y a quitarse el turbante. Y no dejó de darse golpes, hasta que se le ensangrentó todo el rostro. Y gritaba: “¡Ay mi mujer! ¡Ay mis hijos! ¡Qué horror! ¡Qué desdicha! ¿Habrá otra desgracia semejante a la mía?” Y todos los mercaderes se lamentaban y lloraban como él para expresarle su pesar, y se desgarra­ban las ropas.

Entonces mi amo salió del jardín seguido de todos los convidados, y no cesaba de darse golpes, principal­mente en el rostro, andando como si estuviera borracho. Pero apenas había transpuesto la puerta del jar­dín, vio una gran polvareda y oyó gritos desaforados. Y no tardó en ver aparecer al walí con toda su co­mitiva, seguido de las mujeres y vecinos del barrio y de cuantos transeúntes se habían unido a ellos en el camino, movidos por la curio­sidad. Y todo el gentío lloraba y se lamentaba.

La primera persona con quien se encontró mi amo fue con su esposa, y detrás de ella vio a todos sus hijos. Y al verlos se quedó estupe­facto, como si perdiera la razón, y luego se echó a reír, y su familia se arrojó en sus brazos y se colgó a su cuello. Y llorando decían: “¡Oh padre! ¡Alah sea bendito por haberte librado!” Y él les preguntó: “¿Y vosotros? ¿Qué os ha ocurrido?” Su mujer le dijo: “¡Bendito sea Alah, que nos permite volver a ver tu cara, sin ningún peligro! ¿Pero cómo lo has hecho para salvarte de entre los escombros? Nosotros ya ves que estamos perfectamente. Y a no ser por la terrible noticia que nos anun­ció Kafur, tampoco habría pasado nada en casa.” Y mi amo exclamó: “¿Pero qué noticia es esa?” Y su mujer dijo: “Kafur llegó con la cabe­za descubierta y la ropa desgarrada, gritando; “¡Oh mi pobre amo! ¡Oh mi desdichado amo!” Y le pregun­tamos: “¿Qué ocurre, ¡oh Kafur!?” Y nos dijo: “Mi amo se había acu­rrucado junto a una pared para evacuar una necesidad, cuando de pronto la pared se derrumbó y le enterró vivo.”

Entonces dijo mi amo. “¡Por Alah! Pero si Kafur acaba de venir ahora mismo gritando: “¡Ay mi ama! ¡Ay los pobres hijos de mi ama!” Y le he preguntado:' ¿Qué ocurre, ¡oh Kafur!? Y me ha dicho: “Mi ama, con todos sus hijos, acaba de perecer debajo de las ruinas de la casa.”

Inmediatamente mi amo se volvió hacia donde estaba yo, y vio qué seguía echándome polvo sobre la cabeza, y desgarrándome la ropa, y tirando el turbante. Y dando una voz terrible, me mandó que me acer­cara. Al acercarme me dijo: “¡Ah miserable esclavo! ¡Negro de mal agüero! ¡Maldito y de raza maldita! ¿Por qué has ocasionado tanto tras­torno? ¡Por Alah! que he de castigar tu crimen según se merece. Te he de arrancar la piel de la carne, y la car­ne de los huesos.” Y yo contesté resueltamente: “¡Por Alah! que no me has de hacer ningún daño, pues me compraste con mi vicio, y como fue ante testigos, declararán que sabías mi vicio de decir una mentira cada año, y así lo anunció el pre­gonero. Pero he de advertirte que todo lo que acabo de hacer no ha sido más que media mentira, y me reservo el derecho de soltar la otra mitad que me corresponde decir antes que acabe el año.” Mi amo, al oírme, exclamó: “¡Oh tú, el más vil y maldito de todos los negros! ¿Conque lo que acabas de hacer no es más que la mitad de una men­tira? ¡Pues valiente calamidad la que tú eres! Vete, oh perro, hijo de perro, te despido! Ya estás libre de toda esclavitud.” Y yo dije: “¡Por Alah! que podrás echarme, ¡oh mi amo! pero yo no me voy. De ningu­na manera. He de soltar antes la otra mitad de la mentira. Y esto será antes de que acaba el año. Entonces me podrás llevar al zoco para ven­derme con mi vicio. Pero antes no me puedes abandonar, pues no tengo oficio de qué vivir. Y cuanto te digo es cosa muy legal, y legalmente reconocida por los jueces cuando me compraste”.

Y mientras tanto, los vecinos que habían venido para asistir a los fune­rales se preguntaban qué era lo que pasaba. Entonces les enteraron de todo, lo mismo que al walí, a los mercaderes y a los amigos, explicán­doles la mentira que yo había inven­tado. Y cuando les dijeron que todo aquello no era más que la mitad, llegaron todos al límite de la estu­pefacción, juzgando que aquella mi­tad era ya de suyo bastante enorme. Y me maldijeron, y me brindaron toda clase de insultos, a cuál peor de todos. Y yo seguía riéndome, y decía: “No tenéis razón en reconve­nirme, pues me compraron con mi vicio.”

Ya sí llegamos a la calle en que vivía mí amo, y vio que su casa no era más que un montón de ruinas. Y entonces se enteró de que yo había contribuido a destruirla, pues le dijo su mujer: “Kafur ha roto todos los muebles, y los jarro­nes, y la cristalería, y ha hecho pedazos cuanto ha podido.” Y lle­gando al límite del furor, exclamó: “¡En mi vida he visto un negro más miserable que este! ¡Y aún dice que no es más que la mitad de un em­buste! ¿Pues qué sería una mentira completa? ¡Lo menos la destrucción de una o dos ciudades!” E inmedia­tamente me llevaron a casa del walí, que me mandó dar tan soberana paliza, que me desmayé.

Y encontrándome en tal estado, mandaron llamar a un barbero, que con sus instrumentos me mutiló del todo y cauterizaron la herida con un hierro candente. Y al des­pertar me enteré de lo que me fal­taba y de que me habían hecho eu­nuco para toda mi vida. Entonces mi amo me dijo: “Así como tú me has abrasado el corazón queriendo arrebatarme lo que más quería, así te lo quemo yo a ti, quitándote lo que querías más.” Después me llevó consigo al zoco, y me vendió por más precio, puesto que yo había en­carecido al convertirme en eunuco

Desde entonces he causado la dis­cordia y el trastorno en todas las casas en que entré como eunuco, y he ido pasando de un amo a otro, de un emir a un emir, de un notable a un notable, según la venta y la compra, hasta ser propiedad del mis­mo Emir de los Creyentes Pero he perdido mucho, y mis fuerzas disminuyeron desde que quedé sin lo que me falta.

Y tal es, ¡oh hermanos! la causa de nú mutilación. He aquí que se ha terminado mi historia. ¡Uassalam!”

Y los otros dos negros, oído el relato de Kafur, empezaron a reirse y a burlarse de él, diciendo: “Eres todo un bribón, hijo de bribón. Y tu mentira fue una mentira formi­dable.”

Después el tercer negro, llamado Bakhita, tomó la palabra, y diri­giéndose a sus dos compañeros dijo:

HISTORIA DEL NEGRO BAKHITA, TERCER EUNUCO SUDANÉS

“Sabed, ¡oh hijos de mi tío! que cuanto acabarnos de oír es inocente y vano. Os voy a contar la causa de mi mutilación, y veréis que merecí peor castigo, pues he fal­tado a los respetos de mi ama y llegado a otros extremos. Pero los detalles de mis desmanes son tan ex­traordinarios, tan prolijos en inci­dentes, que ahora sería muy largo su relato, pues he aquí, ¡oh primos míos! que se aproxima la mañana y nos va a sorprender la luz antes de abrir el hoyo y enterrar el ca­jón que hemos traído, y acaso nos comprometamos seriamente y nos expongamos a perder nuestras al­mas; de modo que hagamos el tra­bajo para el cual nos han enviado aquí, y después comenzaré a conta­ros los pormenores.”

Dicho esto, se levantó el negro Bakhita, y con él los otros dos, que ya habían descansado, y entre los tres, alumbrados por la linterna, se pusieron a cavar un hoyo. Cava­ban Kafur y Bakhita, mientras que Sauab recogía la tierra en un capazo y la echaba fuera. Y así abrieron el hoyo, y luego de depositar en él el cajón lo taparon con tierra y apiso­naron el suelo. Recogieron las herra­mientas y el farol, salieron de la turbeh, cerraron la puerta y se aleja­ron rápidamente.

Y Ghanem bien-Ayub, que lo ha­bía oído todo desde lo alto de la palmera, vio cómo desaparecían a lo lejos. Y cuando pasó un gran rato, empezó a preocuparle lo que pudiera contener aquel cajón. Pero no se atrevió a bajar de la palmera, y aguardó a que brillase la primera claridad del alba. Entonces descen­dió de la palmera y empezó a cavar la tierra con las manos, no cesando hasta que logró sacar el cajón, des­pués de grandes esfuerzos.

Cogió entonces una piedra y rom­pió el candado con que estaba ce­rrado el cajón. Y al levantar la tapa vio a una joven que parecía dormi­da, pues la respiración movía acom­pasadamente su pecho. Estaba indu­dablemente bajo la influencia del banj.

Era de una sin igual hermosura, con una tez delicada, suave y deli­ciosa. Estaba cubierta de alhajas, y llevaba al cuello un collar de oro con gemas preciosas, en las orejas arracadas de una sola piedra inapre­ciable, y en los tobillos y en las muñecas unas pulseras de oro cuaja­das de brillantes. Aquello debía valer más que todo el reino del sultán.

Guando Ghanem reconoció bien a la hermosa joven, y se cercioró de que no había sufrido ninguna vio­lencia de los eunucos que hasta allí la habían llevado para enterrarla viva, se inclinó hacia ella, la cogió en brazos y la depositó suavemen­te en el suelo. Y al respirar la joven el aire vivificador, adquirió su rostro nueva vida, exhaló un gran suspiro, tosio, y con estos movimien­tos se le cayó de la boca un pedazo de banj capaz de adormecer a un elefante dos noches seguidas. Enton­ces entreabrió los ojos, ¡unos ojos adorables! y dominada todavía por el banj, exclamó con una voz llena de dulzura: “¿Dónde estás, Riha? ¿No ves que tengo sed? ¡Tráeme un refresco! ¿Y tú, Zahra dónde estás? ¿Y Sabiha? ¿Y Schagarad Al-Dorr? ¿Y Nur Al-Hada? ¿Y Nagma? ¿Y Subhia? ¿Y tú, sobre todo, Nohza, ¡oh dulce y gentil Nozha!? ¿En don­de estáis que no me respondéis?” Y como nadie contestase, la joven aca­bó por abrir completamente los ojos y miró en torno suyo. Y aterrada, clamó de este modo: “¿Quién me habrá sacado de mi palacio para traerme entre estos sepulcros? ¿Qué criatura podrá saber jamas lo que se oculta en el fondo de los corazones? ¡Oh tú, Retribuidor, que conoces los secretos más escondidos: tú sabrás distinguir a los buenos y a los malo el día de la Resurrección!”

Y Ghanem, que seguía de pie, avanzó algunos pasos y dijo: “¡Oh soberana de la hermosura, cuyo nom­bre debe ser más dulce que el jugo del dátil, y cuya cintura es más flexible que la rama de la palmera! ¡Yo soy Ghanem ben-Ayub, y aquí no hay en realidad palacios ni tumbas, sino un esclavo tuyo, que soy yo, y a quien el Clemente sin límites puso cerca de ti para librarte de todo mal y resguardarte de todo dolor! Acaso así, ¡oh la más desea­da! te dignes mirarme con agrado.”

Y la joven, en cuanto se cercioró de la realidad de cuanto veía, dijo: “¡No hay más Dios que Alah, y Mahomed es el enviado de Alah!” Después se volvió hacia Ghanem, le miró con sus ojos resplandecien­tes, y puesta la mano en el corazón dijo con su voz deliciosa: “¡Oh favo­rable joven! ¡Aquí me tienes, des­pertando entre lo desconocido! ¿Pue­des decirme quién me ha traído hasta aquí?” Y Ghanem respondió:, “`¡Oh señora mía! Te han traído tres negros eunucos y te traían metida en un cajón.” Y le contó toda la historia: cómo le había sorprendido la noche fuera de la ciudad, cómo había sa­cado a la joven del cajón, y cómo, a no ser por él, habría perecido ahogada bajo la tierra. Después le rogó que le contase su historia y el motivo de su aventura. Pero ella dijo: “¡Oh joven! ¡Glorificado sea Alah, que me ha puesto en manos de un hombre como tú! Pero, ahora te ruego que me ocultes en el cajón y vayas en busca de alguien que pueda llevarlo a tu casa. Allí verás cuán provechoso es para ti, pues tendrás toda clase de delicias. Y te podré contar mi historia, y ponerte al corriente de mis aventuras.”

Y Ghanem quedó encantado al oírla, y salió inmediatamente en bus­ca de un arriero, y como ya era entrado el día y brillaba el sol en todo su esplendor, la cosa no fue difícil. Volvió, pues, en seguida con un arriero, y como había cui­dado de meter a la joven en el cajón, le ayudó a cargarlo en el mu­lo, y emprendieron a toda prisa el camino de su casa. Y durante el viaje comprendió Ghanem que el amor a la joven había penetrado en su corazón, y se vio en el límite de la dicha al pensar que pronto sería suya aquella hermosura que vendida en el zoco habría valido diez mil dinares de oro, y que llevaba encima incalculables riquezas en joyas, pe­drería y telas preciosas. Y estos pen­samientos tan gratos hacían que sin­tiera impaciencia par llegar cuanto antes. Y al fin llego y él mismo ayudó al arriero a descargar el cajón y llevarlo al interior de la casa.

En este momento de su narración, Schahrazada vio aparecer la mañana, y discretamente interrumpió su relato.

PERO CUANDO LLEGÓ LA 40a NOCHE

Ella dijo:

He llegado a saber, ¡oh rey afor­tunado! que Ghanem llegó sin con­tratiempo a su casa, abrió el cajón y ayudó a salir a la joven. Ésta examinó la casa, y vio que era muy hermosa, con alfombras de vivos y alegres matices, y tapices de mil colores que alegraban la vista, y muebles preciosos y otras muchas cosas. Y vio también muchos fardos de mercancías y paños de gran valor, y pilas de sedería y brocados, y jarrones llenos, de vejigas de almiz­cle. Entonces comprendió que Ghanem era un mercader de los princi­pales, dueño de numerosas riquezas. Quitóse el velillo con que había cuidado de taparse el rostro, y miró atentamente al joven Ghanem. Y le pareció muy hermoso, y le amó, y le dijo: “¡Oh Ghanem! Ya ves que delante de ti yo me descubro. Pero tengo mucho apetito, y te ruego que me traigas algo que comer.” Y Ghanem contestó: “¡Sobre mi cabe­za y mis ojos!”

Y corrió al zoco, compró un cor­dero asado, una bandeja de pasteles en casa del confitero Hadj Soleimán, el más ilustre de los confiteros de Bagdad, otra bandeja de halaua y almendras, alfónsigos y frutas de to­das clases, y cántaros de vino añejo, y por último, flores de todas clases. Lo llevó a su casa, puso la fruta en grandes copas de porcelana y las flores en preciosos jarrones, y todo lo colocó delante de la joven. En­tonces ésta le sonrió, y se arrimó mucho a él, y le echó los brazos al cuello, le besó y le hizo mil caricias, y le dijo frases llenas de cariño. Y Ghanem sintió que el amor penetra­ba cada vez mas en su cuerpo y en su corazón. Después ambos se dedi­caron a comer y beber, y se amaron, por ser los dos de la misma edad y de igual belleza. Cuando llegó la noche, se levantó Ghanem y encen­dió lámparas y candelabros, pero más que la luz de las bujías ilumi­naba la sala el esplendor de sus rostros. Luego trajo instrumentos músicos, y fue a sentarse al lado de la joven, y siguió bebiendo y jugando con ella juegos muy agradables, rien­do muy dichoso y cantando cancio­nes apasionadas y versos inspirados. Y así fue aumentando la pasión que se tenían. ¡Bendito y glorificado sea Aquel que une los corazones y junta a los enamorados!

Y no cesaron los juegos hasta que aparecio la aurora, y como el sueño había acabado por pesar sobre sus párpados, se durmieron.

Apenas se despertó Ghenam, co­rrió al zoco para comprar viandas, legumbres, frutas, flores y vinos, todo lo necesario para pasar el día. Lo llevó a casa, se sentó al lado de­la joven y se pusieron a comer muy a gusto, hasta saciarse. Después llevó Ghanem bebidas, y empezaron a beber, hasta que se colorearon sus mejillas y sus ojos se pusieran más negros y brillantes. Entonces el alma de Ghanem deseó besar a la joven. Y le dijo: “¡Oh soberana mía! Per­míteme que te bese para que refres­que el fuego de mis entrañas.” Y ella contestó: “¡Oh Ghanem! aguar­da a que esté ebria, pues enton­ces no me daré cuenta de lo que hagan tus labios.”

Al verla así, meció el deseo de Ghanem y por la misma dificultad con que tropezaba, sintió que los deseos se desbordaban en su cora­zón, y acompañándose con el laúd, cantó estas estrofas:

¡Imploré un beso de su boca; de su boca, tormento de mi corazón; un beso que curase mi enfermedad!

Y me dijo: “¡Oh, no! ¡Eso nunca!” Y me dije: “¡Pues ha, de ser!”

Y ella contestó: “¡Un beso! ¡Eso ha de darse voluntariamente! ¿Me darías a la fuerza un beso en mis labios son­rientes?”

Y le dije: “¡No creas que un beso dada a la fuerza carece de voluptuosi­dad!” Y me respondió: “¡Un beso a la fuerza no sabe bien más que en la boca de las pastoras de las montañas!”

Y después que hubo cantado, sin­tió Ghanem que aumentaba su locu­ra, y el fuego de sus entrañas. Y la joven nada le concedía, aunque no dejaba de expresarle que compar­tía su pasión. Y así siguieron hasta que se hizo de noche. Por fin, Gha­nem se levantó y encendió las lám­paras, alumbrando espléndidamen­te el salón, y fue a echarse a los pies de la joven. Y pegó los labios a aquellos pies tan maravi­llosos, que le parecieron dulces co­mo la leche y tiernos como la man­teca. Y Ghanem gritó enloqueci­do: “¡Oh dueña mía! ¡Ten piedad de este esclavo tuyo, vencido por tus ojos! Desde que viniste he per­dido la tranquilidad.” Y sintió que las lágrimas bañaban sus ojos. En­tonces la joven contestó: “¡Por Alah! ¡Oh dueño mío, oh luz de mis ojos! Te quiero con toda el alma! Pero sabe que nunca podré satisfacerte.” Y Ghanem exclamó: “¿Y quién te lo impide?” Y ella dijo: “Esta no­che te explicaré el motivo, y enton­ces me disculparás.” Pero al hablar así, se dejó caer a su lado, y le echó los brazos al cuello, y le dio millares de besos. Y la joven nada dijo respecto a la causa.

Siguieron haciendo las mismas co­sas todos los días y todas las no­ches durante un mes. Y su amor aumentaba. Pero cierta noche entre las noches, Ghanem descubrió entre las ropas de su amada una cinta, y le pidió permiso para verla.

Y ella tomó aquella cinta y se la presentó diciendo: “Leed las palabras escritas.” Ghanem tomó la cinta y en la trama vio bordadas unas letras de oro que decían: “¡SOY TUYA Y TÚ ERES MÍO, DESCENDIENTE DEL TÍO DEL PROFETA!”

Y al leer estas palabras bordadas con letras de oró en el extremo de la cinta, dijo: “Explícame . qué sig­nifica. todo, esto.”

Y la joven dijo:

“Sabe, ¡oh mi señor! que soy la favorita del califa Harún Al-Rachid. Las palabras escritas en la cinta prueban que pertenezco al Emir de los Creyentes, al cual debo reservar el sabor de mis labios y el misterio de mi carne. Me llamo Kuat Al­-Kulub, y desde mi infancia me cria­ron en el palacio del califa. Llegué a ser tan hermosa, que el califa se fijó en mí y comprobó mis perfec­ciones, debidas a la generosidad del Señor. Y le impresionó tanta mi be­lleza, que sintió un gran amor hacia mí, y me destinó un aposento en pa­lacio para mí sola, poniendo a mis órdenes diez esclavas muy simpáti­cas y serviciales. Y me regaló todas las alhajas y joyas con que me en­contraste en el cajón. Y me prefi­rió a todas las mujeres de palacio, y hasta olvidó a su esposa El Sett­-Zobeida. Así es que Sett-Zobeida me tomó un odio inmenso.

Habiéndose ausentado un día el califa para luchar con uno de sus lugartenientes que se había rebelado, se aprovechó de ello Zobeida para combinar un plan contra mí. Sobor­nó a una de mis doncella, y llamán­dola un día a sus habitaciones le dijo: “Cuando tu señora Kuat Al­-Kulub esté durmiendo, le pondrás en la boca este pedazo de banj, después de haberle echado otra dosis en la bebida. Si lo haces te recom­pensaré y te daré la libertad y mu­chas riquezas.” Y la esclava, que antes lo había sido de Zobeida, contestó: “Lo haré porque la adhe­sión que te tengo es tan grande como mi cariño.” Y muy alegre por la recompensa que la aguardaba, vino a mi aposento y me dio una bebida compuesta con banj. Y ape­nas la hube probada, caí en tierra, y me dieron convulsiones, y me sentí transportada a otro mundo. Y al verme dormida, fue la esclava a buscar á Sett-Zobeida, que me metió en ese “cajón y mandó llamar a los tres eunucos. Y los gratificó esplén­didamente; lo mismo que a los por­teros del palacio. Y así me sacaron de noche para llevarme a la turbeh adonde Alah te había conducido. Porque a ti, ¡oh amor de mis ojos! debo el haberme salvado de la muer­te. Y también gracias a ti me en­cuentro en esta casa tan generosa.

Pero lo que más me preocupa es lo que el califa haya pensado al vol­ver y no encontrarme. Y todo por estar sujeta por lo que dice esta cin­ta de oro. Tal es mi historia, Ahora sólo te pido discreción y que nadie conozca mi secreto.”

Cuando Ghanem hubo oído la his­torio de Kuat Al-Kulub, y supo que era favorita y propiedad del Emir de los Creyentes, retrocedió hasta el fondo de la sala y ya no se atrevió a levantar sus miradas hacia la jo­ven, pues se había convertido para él en cosa. sagrada. Y así fue a sentarse en un rincón y comenzó a reconve­nirse, pensando cuán poco le había faltado para ser un criminal y lo audaz que había sida sólo con tocar la piel de Kuat. Y comprendió lo imposible de su amor, y cuán des­graciado era. Y acusó al Destino por los golpes tan injustos que le reservaba. Pero no dejó de someterse a los designios de Alah, y dijo: '¡Glorificado sea Aquel que tiene razones para herir con el dolor el corazón de los buenos y apartar la aflicción del corazón de las viles!” Y después recitó estos versos del poeta:

¡El corazón enamorado no disfrutará la alegría del reposo miernras lo posea el amor!

¡El enamorado no tendrá segura su razón mientras viva la belleza en la mujer!

Me han preguntado: “¿Qué es el amor?” Y yo he dicho: “¡El amor es un dulce de sabroso jugo, pero de pasta amarga!”

Entonces la joven se acerco a Ghanem, le estrechó contra su seno, le besó, procuró consolarle. Pero Ghanem ya no se atrevía a corres­ponder a las caricias de la favorita del Emir. Se sometía a lo que ella le hiciese, pero sin devolver beso por beso ni abrazo por abrazo.Y así les sorprendió la mañana. Ghaneni se apresuró a marchar al zoco, para comprar las provisiones del día. Y permaneció allí una hora compran­do mejores cosas que los demás días, por haberse enterado del rango de su invitada. Compró todas las flores del mercado, los mejores carneros, los pasteles más frescos, los dulces más finos, los panes más dorados, las cremas más exquisitas y las fru­tas más sabrosas, y todo lo llevó a la casa y se lo presentó, a Kuat Al-Kulub. Pero apenas le vio, corrió a él la joven, le miró con ojos ne­gros de pasión y húmedos de an­siedad, y le sonrió insinuante, dicién­dole: “¡Cuánto has tardado, queri­do mío, deseado de mi corazón! ¡Por Alah! La hora de tu ausencia me ha parecido un año. Mi pasión ha llegado a su límite, y me con­sume toda. ¡Oh Ghanem! ¡Me mue­ro!” Pero Ghanen se resistió, y le dijo: “Alah me libre, mi buena se­ñora! ¿Cómo el perro ha de usur­par, el sitio del león? ¡Lo que es del amo no puede pertenecer al escla­vo!” Y se escapó de entre las manos de la joven, y se acurrucó en un rincón, muy triste y preocupado. Pero ella fue a cogerle de la mano, y le llevó a la alfombra, obligándole a sentarse a su lado y a comer y a beber con ella. Y tanto le dio de beber que le embriago. Luego co­pió el laud, y cantó estas estrofas:

¡Mi corazón está destrozado, hecho trizas! ¡Rechazada en mi amor, ¿podré vivir así mucho tiempo!?

¡Oh tú, amigo mío, que huyes como la gacela , sin que yo sepa la causa ni haya cometido delito!' ¿Ignoras que la gacela se vuelve algunas veces para mirar?

¡Ausencia! ¡Separación! ¡Todo se ha juntado contra mí! ¿Podrá soportar mucho tiempo mi corazón la pemdúm­bre de tanto infortunio?

Al oír estos versos, se despertó Ghanem y lloró muy conmovido, y ella también lloró al verle llorar, pero no tardaron en ponerse a beber de nuevo, y estuvieron recitando poesías hasta la noche:

Y Ghaneni fue a sacar los colcho­nes de las alacenas de la pared, y se dispuso, a hacer la cama. Pero en vez de hacer una, como las demás noches, cuidó de hacer dos distante una de otra: Y Kuat Al-Kulub, muy contrariada, le dijo: “¿Para quién es ese segundo lecho?” Y él con­testó: “Uno es para mí, y otro para ti, y desde esta noche hemos de dormir de esta manera, pues lo que es del amo no puede pertenecer al esclavo, ¡oh Kuat Al-Kulub!” Pero ella replicó: “Amor mío, desprecia esa moral atrasada. Disfrutemos del placer que pasa junto a nosotros y que mañana estará ya lejos. Todo lo que ha de suceder sucederá, pues cuanto escribió el Destino tiene que cumplirse.” Pero Ghanem no quiso someterse, y Kuat Al-Kulub sintió que aumentaba su pasión, más ar­diente, Pero Ghanem insistía: “Lo que es del amo no puede pertenecer al esclavo:”

Entonces lloró la joven, cogió el laúd y se puso a cantar:

¡Soy hermosa y esbelta! ¿Por qué huyes de mí? ¡Nada falta a mi hermo­sura, pues estoy llena de maravillas! ¿Por qué me abandonas?

¡He incendiado todos los corazones, y he quitado el sueño a todos los pár­pados!

¡Soy una rama, y las ramas han nacido para que las cojan, las ramas flexibles y florídas! ¡Yo soy la rama florida y flexible!

¡Soy la gacela, y las gacelas nacieron para la caza, las gacelas finas y amo­rosas! ¡Soy la gacela fina y amorosa, oh cazador! ¡Nací para tus redes! ¿Por qué no me coges en ellas?

¡Soy la flor, y las flores nacieron para ser aspiradas, las flores delicadas y olorosas! ¡Soy la flor delicada, y olóorosa! ¿Por qué no quieres aspirarme?

Pero Ghanem, aunque más enamorado que nunca, no quiso faltar al respeto debido al califa, y a pesar de los grandes deseos de la joven, todo siguió lo mismo durante un mes. Esto en cuanto a Ghaneni y a Kuat Al-Kulub, favorita del Emir de los Creyentes.

Pero en cuanto a Zobeida, he aquí que cuando el califa se ausentó hizo con su rival lo que ya se ha referido, pero después reflexionó y se dijo: “¿Qué contestaré al califa cuando al regresar me pida noticias de Kuat Al-Kulub?” Entonces se decidió a llamar a una vieja cuyos buenos consejos le inspiraban gran confianza desde muy niña. Y le reve­ló su secreto, y le dijo: “¿Qué ha­remos ahora después de haberle pasado a Kuat Al-Kulub lo que le habrá pasado?” La vieja contestó: “Me hago cargo de todo, ¡oh mi señora! pero el tiempo apremia, por­que el califa va a volver en seguida. Hay muchos medios de ocultárselo todo, pero te voy a indicar el más rápido y seguro. Encarga que te hagan un maniquí de madera que simule el cadáver. Lo depositaremos en la tumba con gran ceremonial; se le encenderán candelabros y cirios a su alrededor, y mandarás a todos los de palacio, a todas tus esclavas y a las esclavas de Kuat Al-Kulub, que se vistan de luto y que pongan colgaduras negras. Y cuando venga el califa y pregunte la causa de todo esto, se le dice: “¡Oh mi señor, tu favorita Kuat Al-Kulub ha muerto en la misericordia de Alah! ¡Ojalá vivas los largos días que ella no ha, vivido! Nuestra ama Zobeida le ha tributado todos los honores fúnebres, y la ha mandado enterrar en el mis­mo palacio, debajo de una cúpula construida expresamente.” Entonces el califa, conmovido por tus bonda­des, te las agradecerá mucho. Y llamará a los lectores del Corán para que velen junto a la tumba recitan­do los versículos de los funerales. Y si el califa, que sabe tu poco afecto hacia Kuat Al-Kulub, sospe­chase y dijera para sí: “¿Quién sabe si Zobeida, la hija de mi tío, habrá hecho algo contra Kuat Al-Kulub, y llevado de éstas sospechas man­dase abrir la tumba para averiguar de qué murió la favorita, tampoco debes preocuparte. Porque cuando hayan abierto la fosa, y saquen el maniquí hecho a semejanza de un hijo de Adán, y cubierto con un sun­tuoso sudario, si quisiera el califa levantar el sudario, no dejarás de impedírselo, y todo el mundo se lo impedirá, diciendo: “¡Oh Emir de los Creyentes! no es lícito ver a una mujer muerta con todo el cuerpo desnudo.” Y el califa acabará por convencerse de la muerte de su favorita, y la mandará enterrar de nue­vo, y agradecerá tu acción. Y así, ¡como Alah lo quiera! te verás libre de este cuidado.”

La sultana comprendió que acaba­ba de oír un excelente consejo, y obsequió a la vieja regalándole un magnífico vestido de honor y mucho dinero, encomendándole que se en­cargase personalmente de la ejecu­ción del plan. Y la vieja logró que un artífice fabricara el maniquí, y se lo llevó a Zobeida y ambas lo vistieron con las mejores ropas de Kuat Al-Kulub. Le pusieron ua suda­río riquísimo, le hicieron grandes funerales, lo colocaron en la tumba, escendieron candelabros y blandones, y tendieron alfombras alrededor para las oraciones y ceremonias acostumbradas. Y Zobeida mandó poner col­gaduras negras en todo el palació y que las esclavas vistieran de luto. Y la noticia de la muerte de Kuat Al-Kulub se extendió por todo el palacio, y todo el mundo, sin excluir a Massrur y los eunucos, lo dieron por cierto.

No tardó en regresar de su viaje el califa, y al entrar en palacio se dirigió apresuradamente a las habitaciones de Kuat Al-Kulub, que llenaba todo su pensamiento. Pero al ver a la servidumbre y a las esclavas de la favorita vestidas de luto, co­menzó a temblar. Y salió a recibirle Zobeida, tambien de luto. Y cuando le dijera que aquello era porque había fallecido Kuat Al-Kulub, el califa cayó desmayado. Pera al vol­ver en sí, preguntó dónde estaba la tumba para ir a visitarla. Zobeida dijo: “Sabe, ¡oh Emir de los Creyen­tes! que por consideración a Kuat Al-Kulub he querido enterrarla en este misma palacio.” Y el califa, sin quitarse la ropa del viaje, se dirigió hacia el sepulcro de Kuat Al-Kulub. Y vio los blandones y los cirios encendidos, y las alfom­bras tendidas alrededor. Y al ver todo esto dio las gracias a Zobeida, encomiando su buena acción, y des­pués regresó a palacio.

Pero como era receloso por nata­raleza, empezó dudar y a alarmar­se, y para acabar con las sospechas que le atormentaban, mandó que se abriera la tumba, y así se hizo. Pero el califa, gracias a la estratagema da Zobeida, vio el maniquí cubierto con el sudario, y creyendo que era su favorita, lo mandó enterrar de sue­vo, y llamó a los sacerdotes y a los lectores del Corán, que recitaron los versiculos de los funerales. Y él mientras tanto, permanecía sentado en la alfombra llorando a lágrima viva, hasta que acabó por caer des­mayado.

Y así acudieron todos durante un mes, los ministros de la religión y los lectores del Corán, mientras que él, sentándo junto a la tumba, llóoroba amargamente.

En este momento de su narración, Schahrazada vio aparecer la maña­na, e interrumpió discretamente su relató.

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